Un puente hacia el infinito sobre el Río Azul, en el Bolsón (Río Negro, Argentina)

Me desperté a eso de las 10 de la mañana en el Camping Refugio Patagónico, en la ciudad de El Bolsón, provincia de Río Negro, Argentina; y no tenía ni la menor idea de que ese día iba a experimentar la sensación más extraña que había vivido en mis 28 años. El día anterior había manejado 180 kilómetros desde Esquel hasta llegar a la ciudad, pasando por Trevelin y esquivando el Parque Nacional Los Alerces; lo esquivé porque otros 100 kilómetros de ripio eran demasiado más de lo que mi paciencia podía tolerar después de venir andando 4000 kilómetros entre la cordillera desde hacía casi dos semanas; y tras haber manejado 3400 kilómetros la semana anterior por toda la costa Argentina, desde Buenos Aires hasta Puerto Santa Cruz. Elegí El Bolsón como ese lugar donde iba a descansar la pierna derecha por varios días, ya que la posición del acelerador en ripio la había castigado bastante, y a Los Alerces fui seis días después.

Ni bien me desperté, el 13 de enero del 2016, abrí la carpa para que Schopenhauer -mi perro- saliera a hacer de los troncos su baño, y yo me fui a duchar. Cuando salí del baño me encontré con David, un acampante oriundo de la provincia de Neuquén y recibido de psicólogo en la Universidad de Buenos Aires, al que había conocido la tarde anterior mientras armaba mi carpa. A la gente le llamaba bastante la atención ver a una chica viajando sola con un perro, en auto, y con una carpa para cuatro… Yo me estaba acostumbrando a los interrogatorios…

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Amaneciendo (yo, no Schopenhauer) dentro de la carpa en el Camping Refugio Patagónico, El Bolsón, provincia de Río Negro, Argentina – Enero 2016

Me preguntó si tenía hambre, y fui a almorzar con él y Nico -un amigo suyo también neuquino- al patio cervecero al lado de plaza Pagano. Cuando estábamos terminando la segunda ronda de cerveza artesanal, se acercó un artesano a la mesa y me regaló una flor con pétalos de goma espuma roja y tallo de palillo de madera (tipo mondadientes pero varias veces más largo); me encantó el gesto porque se sintió desinteresado, después de eso me deseó que tenga un día increíble y se fue. Yo guardé la flor en la mochila y me duró la buena vibra.

Nico se fue para Pagano, lo estaban esperando dos amigos en uno de los puestos. Yo me fui con David -que me estaba haciendo casi de guía local porque era su octavo año consecutivo en estas tierras- a visitar a Roberto, su amigo mapuche que había tomado las tierras del camping municipal porque desde antaño éstas pertenecen a sus ancestros. Antes de llegar paramos un ratito en la foto de acá abajo:

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Desvío al Oeste antes de la señal de subida para el Río Azul, en el camino a los refugios de montaña, en El Bolsón, provincia de Río Negro, Argentina – Enero 2016

Un rato más tarde, ya subiendo para ver a Roberto, nos pusimos a hablar de libros y me dice que él había traído 2 para leer este viaje: La novena revelación (libro de James Readfields que ahora describo) y uno que no recuerdo el título, donde se enseñaba a comer saludable bajo la teoría de que la verdadera farmacia es una huerta orgánica, ejercicio y buenos pensamientos.

La Novena Revelación es un libro que yo había leído y casi que tengo de guía; es una novela que transcurre en Perú, donde los pormenores y protagonistas son lo de menos, porque la esencia del mensaje trasciende toda la historia… Un resumen de su teoría sería algo así: somos energía, que genera y se nutre de energía. Esta energía (energía vital) la vamos a absorber de mala manera -robándole a otros, quitándoles su atención- o de buena manera -conectándonos con el universo. Cuando incorporamos energía de forma positiva, nos retroalimentamos brindándola, y evolucionamos el universo con ella. Una vez llenos de energía, estamos listo para notar las coincidencias que nos señalan el camino a las respuestas de nuestras preguntas fundamentales (o preguntas existenciales). Es decir, si nos conectamos, si nos concentramos en nosotros y estamos dispuestos a ver, el camino está y lo que parece coincidencia no son más que las postas en la ruta… Sobre estos temas fue motivado a saber mi nuevo amigo, y yo estaba encantada de compartir la lectura.

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Schopenhauer en el Río Azul, El Bolsón, provincia de Río Negro, Argentina – Enero 2016

Roberto era un personaje montañés divino, nos quedamos hablando cerca de dos horas con él y después bajamos a las orillas del Río Azul por una escalerita que estaba atrás del camping. Schopen insistía con que le tire piedras al río y él las buscaba, David se puso a jugarle y yo a leerles en voz alta. Antes de empezar la segunda revelación decidimos cruzar el río que era más agreste y seguir continuando la tarde allá. Dimos la vuelta y subimos a un puente de hierro y maderas de unos 40 metros de largo aproximadamente. En en trayecto, mientras yo venía mirando para el costando donde dentro de no mucho se iba a esconder el sol, una señora nos interrumpe diciendo “la décima revelación dice que nos tienen que sacar una foto”. Debo haber puesto tal cara de pánico que aclaró su chiste casi como si debiera apurarse a hacerlo, nos dijo que nos vio desde arriba leyéndola, y que ella tampoco creía en las coincidencias. Cuando terminó de hablar vi que se quedó mirándome, tal vez porque yo seguía con cara de pánico, o quizás porque a ella le pasó lo mismo que a mi ¡Eramos iguales!

Alicia se llama, no se la edad pero debe tener un poco menos de 60, y lucía exactamente igual al imaginario que tengo de mi persona a sus años. Ella estaba con una amiga, las dos posaron y David sacó la foto. Yo nunca emití palabra, y seguimos cada uno para su lado del río. Cuando terminamos de cruzar le pregunté a David si no nos había visto parecidas y dijo que sí, que podía ser, pero sin nada de impresión ni como algo que le hubiese despertado atención… Yo seguía impresionada, y me quedé con ganas de haberle hablado, sus ojos de alguna manera me generaban algo que no entendía…

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Puente sobre el Río Azul, El Bolsón, provincia de Río Negro, Argentina – Enero 2016

Me costó un rato desentenderme del tema de Alicia, nunca me había pasado verme, de grande, en otra persona; por suerte apareció un potrillo que empezó a caminar chueco de tan infante y se robó toda mi atención, además de la de Schopen que no sabía si tenerle miedo o atacarlo. Nos quedamos una hora de ese lada nada más, porque el sol se estaba escondiendo y el frío volvía a hacerse notar. A las montañas les interesa re poco que sea verano cuando cae la noche…

Cruzando nuevamente el punte algo me pincha en la espalda, adentro de la mochila, y cuando meto la mano para ver qué es encuentro la flor que me había regalado el artesano al medio día. La llevo en la mano. Del otro lado del puente, en una de las mesas del camping, estaba sentada Alicia con su amiga – Myriam-; chocamos miradas con David y sin necesidad de usar palabras coincidimos en que teníamos que ir a sentarnos con ellas. Cuando nos presentamos nos dijeron sus nombres que hasta ese momento desconocíamos.

David se pone a habar con Alicia y yo con Myriam, pero estábamos en la misma mesa para cuatro entonces era casi una misma conversación. Ellas fueron compañeras de facultad y no se veían hace 19 años. Alicia vivía en El Bolsón, y sus acontecimientos de vida eran tan iguales a mi como su imagen. Myriam había venido al Bolsón para aprender a alimentarse, quería curar una enfermedad en el hígado con alimentación saludable; David y ella tenían tanto para hablar como Alicia y yo.

Le cuento a Alicia de mis ganas de conocer Iquitos -lugar místico en Perú narrado en La novena Revelación- y me dice que está saliendo para allá en un mes, a juntarse con un grupo de mujeres del amazonas a estudiar métodos chamánicos ancestrales. La paz que me transmitía esa mujer todavía la siento mientras escribo, yo no entendía cómo me podía ver en ella, tan así de golpe, tan parecidas físicamente y de ideologías… Hablamos un rato más hasta que no tener buzo y estar en ojotas se me volvió un tema gravísimo de atender. Las saludamos y yo dejé apoyada la flor en la mesa.

Cuando estamos subiendo al auto para emprender la vuelta, aparece Alicia a lo lejos oliendo los pétalos de goma espuma roja y me pregunta ¿Te la olvidaste? Le respondo que no, ya desde bastante lejos; ella me dijo en voz alta para que la escuche bien mientras seguía por su senda: te veo en Perú.

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Hoy, a un año y medio de aquél día y a dos meses de haber vuelto de un viaje de 10 días en Perú para ver -principalmente-  Machu Picchu, estoy segura de que me voy a encontrar con Alicia. Por esas cosas que no son coincidencias, volví de Perú con el teléfono de Miguel, un isleño de Iquitos que me está organizando una estadía nada breve en la selva amazónica del Perú.

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