Machu Picchu es alucinante, sin duda,
de lo más hermoso que alguna vez percibí
con los ojos y la energía.
Domingo 16 de Abril del 2017, estoy en Cusco y me entero que en esta época no salen (ni vuelven) trenes de acá hasta Ollantaytambo, que es el lugar desde donde sale otro tren hasta Aguas Calientes. Machu Picchu es una montaña a la que se accede desde Aguas Calientes, también llamado Machu Picchu Pueblo. La cosa es que yo tengo la entrada al Machu para el 19 a las 7 de la mañana, y el avión a Lima -que sale de Cusco- para el 20 a las 3 de la tarde. Desde que bajo de Machu Picchu hasta que llego a Cusco -para tomarme el avión a Lima- tengo que primero volver al hostel por mis cosas, viajar 30 minutos en un tren hasta la hidroeléctrica y sortear 200 kilómetros de ruta de montaña que no hacés en menos de cuatro horas. Ningún tour ni transporte público puede garantizarme el regreso a tiempo.
Llevaba 1860 km de ruta desde Lima hasta Cusco -habiendo pasado por Paracas, Ica, Huacachina, las líneas de Nazca, Chalhuanca, Abancay y Urubamba. El recorrido lo hice con mi viejo en un auto que alquilamos cuando bajamos del avión. Haciendo cuentas vimos que era más barato volar a Lima y alquilar un auto -nafta incluída- para manejar hasta Cusco y comprar un vuelo interno para volver de Cusco a Lima, que volar directamente ida/vuelta desde Buenos Aires a Cusco. El origen del viaje siempre fue “ir a Machu Picchu”, así que dimos vueltas algunas cosas y -en vez de sobrevolarlo- disfrutamos el camino, y la gente que nos cruzamos haciéndolo.
Después de asimilar la noticia de que en abril no salía este bendito tren y justo cuando las horas no nos daban en la cabeza para llegar a la montaña que veníamos a ver, se nos hace tarde para devolver el auto y… Otra vez hicimos cuentas, y resultó más barato -además de la única opción para satisfacer todos la sed de conocer- alquilar el auto dos días más, dejarlo estacionado al costado de la hidroeléctrica y caminar tres horas por el costado de la vía hasta llegar a Aguas Calientes. A la vuelta, como estábamos jugados de tiempo, íbamos a pagar los 32 dólares de tren cada uno hasta la hidroeléctrica y volver al auto para hacer los 200km zigzagueantes de ruta que nos dejaban en Cusco. Vale aclarar que desde que salimos de Nazca no bajamos de los 1.000 msnm, llegando a picos de 3.800 msnm en La Reserva Galera.
El martes 18 de abril a eso de las 9 de la mañana salimos rumbo a la tan famosa hidroeléctrica, que todavía no me imaginaba bien qué era. Otra vez, la ruta era un espectáculo. Un zigzagueo constante entre precipicios que te mostraban -con buena perspectiva- que el paraíso de montaña existe. Llegamos a la hidroeléctrica, que sí, era una central hidroeléctrica igual a cualquiera que aparece en las imágenes de Google, pero con la particularidad de estar a doscientos metros de la entrada a la estación de tren que te deja en Aguas Calientes, y tener un “estacionamiento” al lado. La estación estaba llena de personas, habían de dos tipos: unos como nosotros, mochilas al hombro y llenos de entusiasmo en busca de el camino a la meca de la energía; otros sentados, transpiradísimos, rojos y con la mochila en el piso… ya habían vuelto. No pasaba el tren desde hace una hora, asique la estación fue tomada por los amigos del trekking. Después de hablar con unos y con otros y de confirmar que el último tren que nos dejaba acá mañana salía a las 13:15hs, emprendimos la caminata bordeando la vía con otros tantos, muchos se quedaron esperando el tren que venía en media hora y los dejaba en el mismo lugar al que llegábamos nosotros.
Empezamos a caminar a eso de las 3 de la tarde, la ruta nos había costado casi cinco horas del día. El camino es, como todo en esta parte de Perú, increíblemente hermoso; pero la sensación de estar yendo, llegando, alcanzando, sintiendo Machu Picchu es algo que recomiendo experimentar a cualquiera que pueda caminar un promedio de 3 horas a 1.500 msnm con un grado medio de dificultad en pocas zonas y bajo en todo el resto. Mi emoción era tan grande que no había lugar para estar cansada, asique ni lo sufrí, al contrario, estaba tan maravillada con lo que veían mis ojos que, hasta faltar menos de media hora, ni se me ocurrió pensar en cuánto faltaba. Pasada más de la mitad del camino conocimos a “el gordo”, un cordobés que había salido a dedo hacía ocho meses de su casa, y con el que charlamos hasta llegar a Aguas Calientes.
O el tema de la altura me estaba afectando sin que lo pudiera notar, o mis ojos nunca habían escuchado sonar tan verde la vida. La realidad es que mi escenario predilecto todo este último tiempo fue de montaña y con vegetación, pero nunca se me había ocurrido ponerle todo ese caudal de agua ni tanta onda… Aguas Calientes es un pueblo chico en la selva a 2040 msnm en un contexto que mi imaginación no sabe mejorar, recibe turistas todos los días del año que, en su mayoría -y por lo que pude notar-, llegan en busca de una experiencia desafiante y sanadora. La palabra cosmopolita no le quepa bien a un entorno tan natural, pero su público así lo define, mochilas hablando en mil idiomas y menúes para todos los gustos a un promedio de 10 dólares decoran sus cuatro calles paralelas y sus seis perpendiculares. No se parecía en nada al Perú que veníamos andando, pero podría haberme quedado a vivir ahí de muy buena gana…
Después de bañarnos fuimos a cenar y luego a intentar dormir porque, al otro día a las 4:30 de la mañana teníamos que empezar el trekking hasta Machu Picchu. Ni manejar 5 horas al borde de precipicios, ni haber caminado 3 horas hasta Aguas Calientes, pudieron hacer que mi alteración cese. Mi habitación en el hostel daba al río Vilcanota que atraviesa el pueblo, y tenía un ventanal que dejaba entrar todo el sonido del agua corriendo, era tan intenso que -si cerraba los ojos- hasta me podía transportar a la piel de gallina de la primera vez que sentí de las Cataratas de Iguazú; cuando abría los ojos seguía estando en Perú ¡Y WOW! Creo que me habré dormido a la 1 de la mañana, y a las 3:50 sonó el despertador.
Salimos del “Hostel El Mágico” puntuales 4:30 de la mañama y empezamos a caminar por el pueblo de noche. A altura de la estación de tren empezaban las colas para los que subían en micro (es la forma de subir si no querés caminar y cuesta 12 dólares), lloviznaba. Después de andar un kilómetro en llano por un lugar donde no se veía absolutamente nada y nada te indicaba que ibas bien, llegamos a un cartel con una flecha que, a treinta metros, nos mostraba una garita donde nos revisaron los pasaportes y se fijaron que tuviéramos comprado el ticket para entrar al Machu.
A partir de ahí arrancó una caminata en subida de 1350 metros, sobre los ya 2040 msnm. que estábamos. Nos habían dicho que eran cientos de escalones, y llovía cada vez más.
Los escalones no eran tan prolijos como los de la foto ni se veían tanto cuando era de noche. Recién después de la primer hora empezó a aclarar y cesó un poco la lluvia, aunque no las nubes. En ese momento no había calculado que 1350 metros para arriba era como subir a un edificio de 450 pisos por escalera, con la desventaja de no tener un suelo parejo, baranda de donde agarrarte, ni techo para cubrirte de la lluvia.
Más de una vez me pregunté ¿Porqué mierda estoy haciendo esto? ¡Con el micro veía Machu Picchu igual! ¡No me dan las piernas! ¿Porqué me meto a hacer estas cosas? Y así, mientras todavía tenías fuerzas para pensar…
El sol, para no variar, me cambió el panorama. Si bien empezaba a sentirse la humedad y lo mojado de la lluvia estaba mutando en una transpiración muy poco sexy, el paisaje alrededor no me dejaba acordarme ni de las piernas que no andaba. Claro, ya había subido casi mil metros, y estar a la par de las montañas es otro cantar…
Un mes y seis días después, ahora, mientras escribo, se me escurre una lágrima de emoción al recordar el paisaje…
Ahí, cuando aún me faltaban 350 metros para arriba, algo así como 117 pisos de edificio, sólo podía pensar en cómo iba a sorprenderme el Machu después de esto… Los rayos del sol desintegrando las nubes de poco, entre picos de montaña irreverentes, le quedaba demasiado bien a aquél contexto selvático, y el plus de haber deseado tanto la realidad que estaba viviendo le agregaba una pizca de mágica adrenalina que no podía describir.
Más arriba, y casi cuando necesitaba el enroque de la pierna derecha, veo a una señora en el medio de la escalera vendiendo agua y le pregunto cuánto falta, me dice que no más de diez minutos, dejé todo en ese tramo.
Más o menos diez minutos después que yo llegó mi viejo mucho mejor de lo que hubiese pensado, le dejé la mochila mientras fui al baño, y a las 7:15 estábamos en la entrada del complejo arqueológico con el pasaporte en mano. Nos sellaron el ticket de entrada, caminamos cien metros y O-M-F-G…
Mis ojos no daban crédito de lo que tenían enfrente, toda mi expectativa quedó diminuta, y volví a sentir ese aire que te llena y hace sonreír desde adentro, como me había pasado en las ruinas griegas de Delfos -y cuando me entregaron mi título universitario- ¿Tan bien iban a elegir el lugar estos tipos? La arquitectura es imponente y coherente al modelo de pensamiento que manifestaban, las terrazas de cultivo no encuentran humildad para el ingenio, el Huayna es una cosa de locos… Las sensaciones son muy fuertes… La inmensidad sobrepasa el imaginario y el verde es tan intenso que lo ves en 3D como a las montañas… Todavía no encuentro una forma verbal de describir la fascinación…
En la fecha que yo entré todavía estaba la posibilidad de ir sin guía y de quedarte el tiempo que quieras (nosotros lo recorrimos todo y bien en 3 horas, pero me hubiese quedado más si no teníamos el avión al otro día). Un mes después ya no se puede entrar sin guía y si querés quedarte todo el día desde julio de este 2017 tenés que comprar 2 tickets.
Bajamos caminando en 2 horas, una parte por las escaleras y gran parte por e camino del bus, y después fuimos hasta el tren que nos devolvía a la hidroeléctrica. Lugar desde donde agarramos el auto y manejamos 4 horas y media hasta Urubamba donde paramos a pasar la noche.
Podría gastar mil palabras en describir y escribir porqué todos nos merecemos un viaje a Machu Picchu, pero aún así quién me lee no va a poder rescatar un gramo de la emoción de alcanzar la meca de la energía por su cuenta.
No es un destino barato ni amigable para los amigos de la improvisación, pero es un destino que todos deberíamos asimilar, para crecer. ¿Y qué otro objetivo puede tener viajar, no?