Los Esteros del Iberá son un lugar fascinante en el Noroeste de Argentina, si querés saber cómo llegar y qué hacer allá hace clic acá; en este posteo voy a hablar solo de mi experiencia personal en este entorno, guardando toda la información útil para los viajeros en “Viajar a los Esteros del Iberá (qué son, cómo llegar y qué hacer allá)“.
MI EXPERIENCIA (la decisión de ir, la complicación en el camino, lo que vi, qué hice, con quiénes estuve, qué aprendí y el problema de la vuelta)
Tomé la decisión de viajar a los Esteros del Iberá una semana antes de emprender el viaje, y lo hice -en ese momento- porque necesitaba cambiar de aire y quería ir a visitar a un amigo, más que por lo que en realidad estaba yendo a ver.
Salí un martes de junio del 2012 a eso de las 10 de la mañana en dirección a la ruta, pero -seguramente por la misma necesidad de cambiar de aire o escapar- me confundí cuando planee el viaje y -por alguna asociación que todavía no entiendo- pensé que los Esteros del Iberá quedaban en Catamarca, y no en Corrientes… Sí, así como lo lees, a 800 kilómetros de distancia. Llegué igual – aunque unos días más tarde-, después de pasar por Córdoba, Santa Fe y Mocoretá (si querés reirte un rato más hace clic en “La vez que me confundí Corrientes con Catamarca y llegué a Córdoba“).
Allá -en Corrientes- me esperaban Ale -un gran amigo que me regalaron los años de voluntaria en Greenpeace- y Diana -su novia por ese entonces, y otra genia que había conocido en la misma ONG. Después de reir largo rato de mi equivocación en la ruta, salimos a caminar por Carlos Pellegrini (el pueblo donde vivían en los esteros), preparamos la cena, charlamos otro rato, me contaron sus rutinas y nos fuimos a dormir.
Ambos se iban a las 7 de la mañana de la casa y no volvían hasta las 7 de la tarde. Ale daba clases en el colegio rural de Socorro, y Diana era voluntaria de CLT (Conservation Land Trust) donde era una de las encargadas de alimentar a los osos hormigueros. Me encantaba escuchar de sus días cuando volvían. Yo, durante 1 semana, tuve 12 horas a solas para disfrutar este estanque mágico en el noreste de Argentina…
Era mi primer viaje sola. Tenía 24 años (mientras escribo estoy a 15 días de cumplir 30) y estaba trabajando en la parte de pre legales de un banco, también estaba yendo a la facultad, y también estaba pasando por una desilusión amorosa. Esto llevó a mi necesidad de cambiar de aire y me fui sola sin pensar mucho en nada (sólo sabía que Ale me decía que el lugar que iba a gustar).
Por la confusión ridícula que tuve con el tema de las provincias (y que ya te conté en “La vez que me confundí Corrientes con Catamarca“), decidí parar primero en Córdoba. Me acuerdo que estaba en la aerosilla de Villa Carlos Paz cuando entendí lo primero de lo que me quería escapar: del lugar donde no me entendían. Creo que ése fue el disparador de las conslusiones que vinieros después en los esteros.
Ver la complicidad en la pareja que hacían mis amigos era un placer, y me entusiasmaba a creer que se puede coincidir. Yo recién estaba empezando a pensar en la idea de crear fuera de la ciudad, y ellos eran una muestra de cómo sería (o así lo estaba percibiendo yo).
Los días me encantaban, me compré una Guía de flora y fauna de los Esteros del Iberá y me iba -jugando a la exploradora- a espiar animales para tacharlos en la guía una vez que los identificaba. También me encantaban porque estaba empezando a conocer quién era yo, cuando no había nadie más. No había pensado antes que estar sola puede hacerme sentir tan acompañada. Y me gustaba la idea.
A eso de las 5 de la tarde trataba de sentarme dos horas a estudiar, no eran vacaciones en la facultad, y aunque no me estaban importando las faltas en las cursadas sí me preocupaba que la información siguiera aumentando tan cerca del final del cuatrimestre.
El cielo a la noche era un placer (hasta la luna a veces no faltaba), croaba el aire, y parecía que sonaba cada estrella… Te hace sentir chiquita la oscuridad, y fuerte después de un rato. Se sentían los animales por todos lados también, y si todavía no los sentías era porque te estaban desapareciendo algo (o por picar).
El lugar me gustó mucho más de lo que imaginé. Los Esteros del Iberá son un destino increíble, no sólo por el aporte al ecosistema y la riquísima biodiversidad que hay; también porque tiene unos paisajes hermosos y llenos de verde.
Estar tantas horas sola, sin conexión a internet, en un entorno distinto, buscando animales y conociendo especies, fue toda la terapia que necesitaba…
Este viaje tuvo esa mágica combinación de noches con amigos, días a pura naturaleza y reflexiones en forma de epifanía que parecían aparecer -de la nada- como las aves (que también me sobresaltaban).
Somos lo que hacemos cuando nadie nos ve; sí, y también somos lo que nos entusiasma. Entendí que fui a buscar a Ale como quién va en busca de un maestro zen (aunque sólo -en esos términos- es una mente que usa la filosofía como nexo coordinante, además de entender la calma -y mi manera de pensar-); fui a los Esteros porque necesitaba encontrarme con esa parte de mi que es feliz cuando disfruta lo que ve.
No está bien nada que te haga resignar lo que te gusta hacer; me lo repito ahora como si fuera de ayer mi visita a Corrientes. “Cuando resignás, perdés (felicidad)”, eso escribí al costado de mi cuaderno con resúmenes una de las tardes mientras estudiaba.
Otra cosa que aprendí, a los primeros kilómetros de emprender el regreso a casa, es que con la ruta de arcilla no se jode…
El tramo que conecta Mercedes con Carlos Pellegrini, son 115 kilómetros de ruta con suelo de arcilla. Con buen clima es mejor opción que el canto rodado y el ripio, si está húmedo -haceme caso- dejalo pára otro día o elegí salir/ingresar a los Esteros del Iberá por otra ruta.
En el auto, por suerte, también estaba con Ale que aprovechó mi vuelta para viajar a Buenos Aires a visitar a su familia; y me ayudó en la difícil tarea de desenterrarlo. Cinco años después y con más de 200.000 kilómetros de ruta encima sigue siendo uno de los peores tramos que manejé -junto con la ruta de noche volviendo de Cachi (en Salta), y la ruta que conecta Lago Posadas con la ruta nacional 40 teniendo el sol de frente (en Santa Cruz)-; lo bueno es que me enseño a investigar los suelos antes de salir a andar, e hizo que les tenga el respeto que merecen.
Llegué a Buenos Aires -varias horas despúes de haber salido de Corrientes y con un moretón en la trompa del auto a causa de una camioneta que perdió el control-, y retomé lo que había dejado, pero ahora con otra mirada…
Si querés ver el mapa que usé de los Esteros del Iberá hacé clic acá; para leer más historias como ésta entrá en Anécdotas (también tenés para leer más aventuras sobre Viajar Sola), y si querés saber sobre lugares increíbles en Argentina hacé clic en el botón de abajo y/o unite al GRUPO DE VIAJES POR ARGENTINA.
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1 comentario en "Un viaje para adentro en los Esteros del Iberá (Corrientes, Argentina)"