Cachi, un pueblo hermoso y una panorámica que no me esperaba (Salta, Argentina)

Cuando decidí que iba a viajar de Jujuy a Buenos Aires en auto, por sexta vez, también resolví que iba a tomar un camino diferente al que había elegido las otras veces. Iba a ​hacer el camino más largo en kilómetros, pero el más hermoso en paisajes también. Ese camino, ​es la Ruta Nacional 40, que pasa por el pueblo de Cachi, en su viaje ​desde San Antonio de los Cobres a Cafayate, en paralelo a la Cordillera de los Andes.

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​Estando en la plaza - o en casi cualquier lugar del pueblo -, si mirás para el noroeste - y las nubes no están bajas- , se ​ve la cima del Nevado de Cachi, cuya ​cúspide siempre está cubierta de nieve. ​También ​desde cualquier lugar del pueblo, vas a notar que es un lugar donde manda el sol y reina la calma.

​La primera vez que pisé Cachi fue en 2009, con Pio, una de mis mejores amigas. Hicimos un viaje de dos semanas al Norte Argentino - saliendo desde Buenos Aires - , y en ese trajín fuimos una tarde desde la ciudad de Salta al pueblo de Cachi por la Cuesta del Obispo. ​La sensación que me había quedado de Cachi es que la ruta había sido mucho más emocionante que el pueblo. Y hoy con 10 años de rutas Argentinas encima, ​entiendo la apreciación de aquella inexperta conductora... La Cuesta del Obispo (Ruta Provincial 33) es un camino increíble - uno de los más lindos del Norte -, ​con curvas, precipios y colores por todos lados, y Cachi, simplemente un pueblo...
La diferencia que encuentro​ es que esta ​vez, en junio del 2019 - con 31 años -, además de ​tener otra perspectiva yendo por otro camino increíble - el Abra del Acay (Ruta Nacional 40) -, me di cuenta que ese simple pueblo tiene una magia muy ​particular; y un clima ideal para mi - a los 2.280 m.s.n.m.

¿Qué hice durante mi estadía? Además de recorrer las calles principales del centro en una hora, me di el placer de descansar el cuerpo - como cuando una viene muy cansada de viaje -, y desperté la mente, frente a una panorámica que no tenía prevista...

​Fue exactamente lo que estaba buscando: paz en el medio de la soledad del monte para reflexionar, ​una vista increíble ​para el incendio del atardecer, espacio de sobra para que corran mis perros, y noches frías ​repletas de estrellas... ​

​El primer día, después de trabajar en la computadora unas horas, ​me senté en un escalón de la puerta de la casa con los pies ​sobre la tierra, concentrada en lo ​fría ​que estaba la noche, en lo cálido que había ​sido el día, y en lo hermoso que me parecía el paisaje. Abrí una lata de cerveza, analicé si Cachi sería un buen lugar para vivir - según mis intenciones y las ​bajas precipitaciones anuales que me ​había indicado Google hace un rato - y ​​escribí en un cuaderno rayado que llevaba conmigo:

​¿Y qué con la soledad?
¿Y qué con el frío?
¿Y qué con el polvo?
¿Y qué con el ripio?
¿Y qué los amigos?

Sol, al qué.

Sol para calentar la soledad,
sol para ​iluminar el frío,
​polvo para no olvidar que hay sol,
​sol para olvidar el ripio,
​y los amigos siempre invitados, ​

al Sol, porque
Sol, al quién soy.

​

Me releo y me acuerdo de las sensaciones de esa noche. La oscuridad que deja la huida de Febo y el silencio que aturde entre montañas... No había nadie en mucho espacio a la redonda más que mis perros y yo... Mi escenario favorito para tomar decisiones: la dimensión.

La casa que reservé en Cachi ​es muy cómoda, tiene una capacidad máxima de 6 personas, es la única construcción en 8 hectáreas, y - realmente - tiene una vista de locos. ​Si te interesa alojarte ahí, podés contactarte con ​Marcos para reservar, por teléfono o WhatsApp, al +549 387 550-6642 (son un matrimonio que alquila de forma particular, y son un amor).