Una tarde recibí un mail de Laura que, a raíz de leer este blog, me preguntaba si podía hacerme unas preguntas para una nota en la Revista Mírala. Además de sorprenderme -y alegrarme- la propuesta, accedí. Para continuar con la sorpresa, me topé con preguntas que yo misma no me había cuestionado, y tras varios intercambios de mails (y horas de autopreguntarme) surgió esta entrada; que quiero compartirte (y que fue publicada originalmente acá).
«Lo que más conocí viajando es mi humanidad»
El primer viaje que hice a Europa hace 10 años, recorriendo países en tren con el que hoy es mi ex, me abrió la puerta al mundo que tenía por delante —y debajo— y que apenas había notado. Ese primer viaje hizo que los siguientes no tardaran en llegar. Se me volvió fascinación la idea de ir descubriéndome un poco más en cada uno.
Haciendo un recuento de experiencias (y cerrando los ojos para pensar mejor) veo que viajar me curó de la discriminación, nutrió las posibilidades en mi imaginario, expandió las ideas en mi cabeza y me dio mucha seguridad en mí misma.
Los viajes son esos momentos donde más siento que ando la vida y ahí es cuando, para mí, pasan las cosas que te hacen crecer.
El círculo virtuoso de la felicidad
Hace unos años escribí en twitter: “La felicidad consiste en tomar más decisiones que precauciones”. Todavía me sigue gustando la frase, pero ya no creo que la felicidad “consista en…”. Tampoco estoy muy segura de que la felicidad “sea…”. Creo que mi idea de la felicidad se confunde bastante con la que tengo del amor y de la satisfacción…Pasan.
Entiendo que se trata de sentimientos que no encajan en palabras porque son sentido, y no definición; entonces, la felicidad (para mí) pasa mientras dura la conciencia de satisfacción de lo que estamos percibiendo. Sin olvidar que lo que se está percibiendo ya fue condicionado.
Voy a ponerme de ejemplo para explicar lo que digo: el hecho de viajar, a mí me despierta la sensación de felicidad, porque en mi imaginario —nutrido por mi experiencia— es lo que más me ayuda a crecer (y crecer es lo que me motiva a vivir).
Por esta razón, cada vez que estoy de viaje me siento más contenta que de costumbre y así me predispongo más fácilmente a situaciones de felicidad.
Con esto no quiero decir que la felicidad no sea auténtica por estar predispuesta, por el contrario, es más real que en ninguna otra circunstancia porque se está realizando lo que yo determiné que es mejor para mí, a raíz de haberme experimentado. Sí, es un círculo, pero virtuoso.
De esta forma, la felicidad pasa cuando somos coherentes con nosotros mismos. Al igual que el amor y la satisfacción.
Gandhi (con mejores palabras, pero expresando esta idea) dijo: “El éxito es lo que pasa cuando lo que pensás, lo que decís y lo que hacés, coinciden”. Yo estoy hablando de lo mismo.
Soledad = desconexión
No tomo la compañía física como un determinante para esta palabra, ya que me he sentido sola en una mesa familiar, y sentí compañía en la soledad de un bosque. Quiero decir, muchas veces —por ejemplo— me fue imposible hacer que las personas que más quiero (y que más me quieren, también) entiendan mi punto de vista con este tema de moverme tanto y no querer arraigarme. En aquel entonces, me sentí muy sola al mantener una postura que ninguno de los que tanto desean mi bienestar aprobaba, incluso estando en la misma mesa con todos ellos.
Sin embargo, en otra ocasión, pasados los años —y cuando mi familia ya había aceptado que mi felicidad incluía el movimiento— me sentí totalmente acompañada por ellos (y no tenía más compañía física que mi perro). Ellos seguían mi ruta desde la computadora y me aconsejaban lugares para visitar o me decían donde había un local de comida vegetariana.
Quiero decir que soledad es cuando no podés conectar tu realidad con los elementos que determinan tu realidad; en mi caso, mi familia y amigos. No puedo ser feliz viendo el paisaje más hermoso del mundo, si mis emociones no están en buena conexión conmigo (y con ellos); independientemente de si tengo Wi-Fi para hacer una videollamada que me permita compartir el momento, o esté semanas sin ninguna antena a la redonda.
Establecida la conexión, no suelo extrañar ni necesitar compañía. Me gusta encontrarme a solas con el entorno (siempre prefiero que mis perros estén conmigo) y dejar que se conecten otros estímulos: los que muestran que en realidad, no existe lugar donde realmente esté sola y por ende, tampoco existe la soledad para alguien consciente.
La lógica y la intuición en territorios desconocidos
Para moverme por territorios desconocidos uso 70% de lógica y 30% de intuición. Para interactuar con extraños, 100% intuición.
Cuando estoy en un lugar que no conozco —algo que me pasa mucho— trato de aprovechar todas las herramientas que nos da la tecnología: GPS, apps, y blogs de viajes; para saber qué hacer, por dónde ir y por dónde no. En mi blog tengo una sección que se llama Logística viajera: eso es lo que aplico antes de cada viaje y en el transcurso (una serie de pasos que hacen a una lista de “mejor prevenir que curar”).
Una vez que taché los puntos que quiero conocer e hice un paneo general del ambiente, uso el 30% de la intuición para perderme por las calles y conocer esos lugares mágicos que le escapan a la internet porque sólo existen en ese momento (cuando te encontrás perdida).
Para determinar a quién preguntarle cómo llegar, o a qué dedo levantar del costado de la ruta (o a quién hacerle dedo), o aceptar una invitación, o de quién seguir una recomendación, o a quién confiarle algo… Uso solamente la intuición. Ni el lugar, ni la cara, ni la ropa, ni su entorno, ni sus gestos, ni su olor, ni el tono de voz, ni su mirada. Todo eso junto. No hay un algo en particular que, en mi experiencia, pueda darte el parámetro de si alguien es confiable o no a primera vista. Cuando interactúo con un extraño, dejo que mi sensación me diga si estoy haciendo bien o no. La intuición es —para mí— la única herramienta para sentir a las personas por primera vez.
La ruta fue mi mejor escuela
“Herramientas originales” les digo a todas las capacidades que tenemos y que, por diferentes motivos, desconocemos hasta que se nos pone a prueba. Quiero decir, la vida hace que te enfrentes a situaciones en las que, si pudieras imaginarte ahí, no sabrías qué hacer. Pero cuando te están pasando resolvés como si sí hubieses sabido qué hacer.
Viajando aprendí cuáles son mis verdaderas pretensiones (y distinguí qué es un simple capricho o modismo, de lo que siento de verdad); desafié mi ubicación en el mundo cuando la superseñal de mi supersmarthphone no llegó al medio de la cordillera; me obligué a enfrentar mis miedos porque no había para dónde correr de mí, ni alguien más que los pueda enfrentar; aprendí lo que no sabía ni que se hacía… Realmente siento que la ruta fue mi mejor escuela. Las herramientas más útiles que sacó a la luz son: comprensión de la variedad, confianza en el instinto y aceptación de la circunstancia (que no quiere decir aceptación de los hechos).
Elegir viajar es todo un viaje, pero para adentro de uno mismo. Y hablo de viajar: explorar, dejarse sorprender, escuchar, sentir, oler, ensuciarse, preguntar, llorar, no entender, aprender (y también aprehender); no de hacer turismo. Hacer turismo también está bien, es recreativo y culturalmente enriquecedor, pero yo acá estuve hablando de viajar.
Las sensaciones que se despiertan al viajar
Una de mis “sensaciones favoritas” es la de la libertad de posibilidades cuando hago un paneo en 360° del lugar donde estoy y siento que puedo salir corriendo para todos lados a descubrir cosas nuevas. Eso me lleva directamente a los entornos naturales, sobre todo de montaña. Cuanta más vegetación, mejor y obvio que el cauce de agua cerca, suma puntos. En esos lugares me siento Dora la exploradora. Me encanta la situación de verme descubriendo el mundo. Me sentí así en el Parque Nacional Los Alerces, el verano del año pasado. La magia de ese lugar me hizo pensar que, aunque podía salir corriendo para todos lados como en el resto de la cordillera, acá el paisaje era increíblemente deslumbrante.
Mi segunda “sensación favorita”, sólo segunda en el relato y no en prioridad, es la de satisfacción, ese lo logré que sentís al llegar al lugar que tanto soñaste. En esta categoría tengo dos lugares muy especiales: Delfos, Grecia (2013) y Machu Picchu, Perú (2017).
Mi tercera sensación favorita, que de haber un orden de sensaciones estaría en primer puesto es: ir. Y en este contexto, mi lugar en el mundo es la ruta (al volante). Encuentro muchísima satisfacción en la sensación de estar yendo, a la expectativa, con una ansiedad linda por lo que voy a encontrar y con la incertidumbre de todo lo que pueda venir. Me divierte pensar en la idea de que todo es una posibilidad, y estar al volante hace que el destino cambie en el momento que dispongo los controles del auto.
Lo que se aprende de otros viajeros
Viajando me encontré personajes hermosos. Los viajeros (mientras están de viaje) tienen una despreocupación ante los contratiempos que me encanta: se ocupan de resolver el instante y no gastan energía en escenarios poco amigables. Se despiertan con una sonrisa porque les amanece un nuevo día por explorar, no prestan atención a la política ni a las pantallas y se cocinan su propia comida. Obvio que no incluye a todos los que me topé, pero sí a la mayoría de los nómades que me acompañaron en el camino.
Choche, un místico que conocí este año en Urubamba (la capital del Valle Sagrado de los Incas, en Perú) me enseñó sobre él —y sobre mí— cuando me explicó por qué se quedó a vivir ahí, en base a las constelaciones en el cielo.
Juanjo, un viajero que se fue de Buenos Aires hace 15 años y después de recorrer más de 30 países se mueve itinerante por la provincia de Jujuy, me enseñó que tu único lugar es donde te sentís bien (y que no necesariamente tiene que ser solo uno).
Yoilen, en Cuba, me mostró un lado de la sensibilidad que antes tachaba de ingenuidad.
Cruzando un puente hacia el camping municipal de El Bolsón, en la Patagonia Argentina, David me enseñó a creer en las coincidencias cuando nos encontramos con Alicia, que estaba próxima a viajar al Amazonas. Ahí entendí que las causalidades son también los efectos de lo que hacemos y de lo que no.
Puedo seguir agregando nombres y recuerdos a una lista llena de anécdotas, donde el patrón denominador de todas las historias de viajeros en mis viajes es la afirmación de que las casualidades no existen y que el camino se hace al andar. Eso me enseñaron de ellos y de mí.
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