Llegué al Complejo Cerro Centinela para ver cómo una piedra de 7 metros, en postura de guardián, podía estar tan convencida de ocupar ese lugar en las sierras. Sabía que además de La Piedra Movediza, en Tandil, había otra roca que despertaba la atención de los locales y turistas desde hace años, y quise experimentar con mis sentidos la dimensión del fenómeno.
En la entrada del complejo me recibió Luis, con quién había intercambiado algunos malis donde le contaba de mi visita a Tandil en busca de historias para mi blog de viajes. Él me contó que fue en el año 1995 cuando comenzaron a construir lo que hoy es el Complejo Cerro Centinela, motivados en que sabían que debían revalorizar ese extraño fenómeno de la naturaleza. Para llevar adelante esta tarea se fundaron en 2 premisas: la primera era que su entorno no debía ser modificado; y la segunda que los servicios que se ofrecieran -tanto en lo constructivo como en lo gastronómico- estuvieran directamente relacionados con la época donde los picapedreros (antiguos pobladores que eran trabajadores de la piedra).
Luis, también, me presentó con Claudio, quién me llevó a recorrer el predio.
Sin querer arruinar la sorpresa de quien, tentado por esta nota, tome la acertada decisión de visitar la piedra y el complejo, voy a limitarme a decir es un lugar al que vale la alegría ir a pasar todo el día. Hay muchas actividades de aventuras (y para todas las edades) -tirolesa, laberinto, rapel, puente colgante, aerosilla supervivencia, etc -, el paisaje de pinos hace que parezca una especie de bosque mágico, la oferta gastronómica tiene para todos los gustos (y una pastelería especial) y hay hasta un calendario celta donde, según tu fecha de nacimiento, podés determinar qué tipo de árbol sos (si, saber si sos de buena madera).
La piedra, esa mole gigante que parece nunca descansar de la custodia, deja ver perfectamente dónde están los puntos cardinales gracias a su erosión, y la única explicación que encontré para que esté ahí, me llegó recién a la noche, tras una caminada nocturna que se detuvo a sus espaldas para que Claudio nos cuente la leyenda de esta roca.
Además de las actividades diarias, el complejo propone esta caminata nocturna por el cerro y el pinar, donde te adentrás -sin más luz que la que ofrece el cielo nocturno- en un paisaje irregular y silvestre donde no ves nada y sentís todo.
A las 21:30 horas me encontré con Claudio y Fede en la tranquera, ambos eran guías del complejo, igual que Eli, que llegó unos minutos después. Con ellos -y en una noche sin luna- esperé al grupo de egresados que tenía contratada esta caminata. Yo era casi una colada, pero nunca me hicieron sentir así, sino todo lo contrario.
Pasados pocos minutos de las diez de la noche, los tres guías que nombré (y otros 2 que no recuerdo el nombre) nos llevaron -al grupo de egresados, sus coordinadores, y a mi- por los mismos lugares donde ya había dejado mi huella esa tarde, pero ahora -mientras mis pupilas peleaban por adaptarse a la oscuridad- me parecía nunca haber estado ahí ¡Cómo cambia todo de noche! La misma vista es tan distinta a la luz del sol…
La primer parada antes del fogón fue cuando tuvimos a El Centinela a unos tres metros sobre nosotros. Fede frenó el paso, los egresados lo siguieron, y Claudio apuntó con la linterna aquella roca que nos invitaba al desvelo. Se veía tan imponente desde ahí abajo… En la segunda parada, ya estábamos a su altura, con el paisaje que ves en la foto de acá arriba, y dispuestos a escuchar la leyenda.
Estoy segura que Claudio la contó mejor, pero voy a tratar de revivir -recordando la sensación- la historia que escuché esa noche sobre el origen de El Centinela:
Hace muchos años, cuando estas comarcas eran habitadas por los indios, Amaiké, la hija del cacique de la tribu que vivía en las Sierras del Tandil, se destacaba entre sus pares por su desaprensión a la oscuridad y su extraordinaria habilidad para desplazarse entre los cerros. Virtudes estas que le sirvieron para ayudar a los de su tribu cuando el blanco llegó para apropiarse de sus tierras y sus ganados.
En lo que hoy conocemos como “la Campaña del Desierto”, el ejército había diezmado a su paso a muchos indios, escapando sólo algunos pocos, entre ellos uno de nombre Yanquetruz, proveniente de los bajos del Salado -que viajaba en busca de un lugar seguro para el nuevo asentamiento de su tribu.
Durante un atardecer, Yanquetruz ve a Amaike -que sigilosamente se deslizaba de una piedra a otra espiando el movimiento del hombre blanco- y se enamora perdidamente de ella. Desde ahí, día tras día la observaba desde lo alto de lo que hoy se conoce como Cerro El Centinela, y lamentaba que el castigo de los dioses fuera a caer sobre ellos si iba tras su amor (el amor entre dos de diferentes tribus se castigaba con la muerte, por voluntad de los dioses).
Al mismo tiempo, la ayuda que Amaiké le daba a su gente preocupó tanto a las fuerzas del gobierno que al no poder dominar a los indios se vieron necesitados de solicitar refuerzos, con los cuales -y luego de varias emboscadas- consiguieron atrapar a Amaiké y llevarla al fuerte, de donde se la ató de pies y manos. Sin embargo, esa misma noche Amaiké logra escapar y huye -con las manos aún atadas- rumbo a las sierras que tanto conocía; pero la suerte no la acompañó y se enredó en un zarzal que la hizo caer dentro de uno de los tantos manantiales de estas sierras. Como tenía las manos atadas no pudo nadar, y murió ahogada.
Yanquetruz, que desconocía la suerte de su amada, siguió durante mucho tiempo parándose sobre la loma del cerro esperando volver a verla, hasta que los Dioses de los indios – conmovidos por el amor que este sentía por Amaiké- decidieron guardar su espíritu dentro de esta roca, de forma tal que el día que Amaiké resucitara (porque ellos creían en la vida después de la muerte) la misma cayera liberándolo para que pudiera continuar su historia de amor.
Después de semejante historia, y de un remate que tenés que vivir, descendimos hasta adentrarnos en el bosque de pinos y caminamos hasta que llegamos al costado de un arroyo, donde nos esperaba el fogón…
Volví a Kurache, pasadas las dos de la mañana y con la sensación de haber vivido una noche increíble.
Si querés leer más historias sobre Tandil hace clic acá, si te quedaste con ganas de saber más sobre el Complejo Cerro Centinela visitá su Página Web. Y si querés que te ayude a organizar tu viaje, escribime a leerdelviaje@gmail.com o contame en los comentarios.
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1 comentario en "El Centinela en Tandil, y una caminata nocturna por el cerro de la leyenda (Buenos Aires, Argentina)"