Me desperté a 680 kilómetros, en la casa de una amiga en la ciudad de Santa Fe, salí a la ruta a las 08:15 am, almorcé mientras manejaba, bajé a Andina para que camine en la estación de servicio donde recargué combustible, y a las 16:00 horas estaba ingresando al Camping del Río, en Termas de Río Hondo, Provincia de Santiago del Estero.
Este viaje lo planee dos semanas antes de arrancarlo, sentada frente a la computadora y viendo el mar desde la ventana de mi dormitorio en Mar de Ajó, en la Provincia de Buenos Aires, a 1.480 kilómetros de donde estoy ahora. Armé el mapa de ruta (que podés ver acá), organicé la mochila, el auto, los perros, y salí con Andina (y muchas ganas).
Es el sexto viaje que hago sin más compañía que, al menos uno, de mis perros; y cada vez me convenzo más de que es mi forma favorita de viajar. En el camping no hay nadie, y el calor que se suma a la llovizna que acaba de aparecer hacen que las piletas con agua termal se parezcan más una tortura que un momento de relajación.
A mi, quedarme en el auto escribiendo me parece una excelente opción, y Andina – que tiene la puerta abierta del acompañante – le parece genial quedarse sentada en su asiento de copiloto durmiendo la siesta. El calor de la ruta nos cansó, parece, y es un buen momento para desacelerar.
La vista se distrae del papel, y desde el auto – estacionado en mi parcela del camping – veo un arcoiris cruzando de orilla a orilla el Río Grande. Me bajo del auto y saco la foto que ves acá abajo.
Andina se quedó conmigo, y mientras la estaba acariciando pensé en mis otros dos perros; y enseguida vino la nostalgia. Hice un esfuerzo por enfriar el pensasentimiento y me pregunté ¿Que añorás? Sí, me hubiese gustado la imagen de verlos a los tres correteando por ahí, – porque es una postal que disfruto en todos los entornos – pero éste también era un momento completo.
Me acordé de la satisfacción que siento cada vez que llego, y de la adrenalina de las posibilidades previas, me acordé que viajo porque me encanta conocer (conocerme a mi en todos los contextos), y de que lo hago sóla porque me gusta sentirme libre (libre de no tener qué).
Sonreí desde adentro cuando me acordé que todo lo que me pasa es por mi elección, y a mis otros dos perros dejé de sentirlos lejos.
Viajar sola es elegir conocerme, poner a prueba mis sentimientos y ejercitar el control de los pensamientos. Acordarme que no necesito a nadie, que nadie necesita a nadie, y que todos estamos porque están los demas. La necesidad excluye la elección, y el amor fortalece la libertad; no necesito a mis otros dos perros, ni a mis amigos, ni a mi familia, pero los elijo.
Elijo acordarme de ellos ahora y sonreir sabiendo que después los veo, y elijo estar trascribiendo mientras extraño el arcoiris de ese día. Si me preguntan, voy a decir que la felicidad sólo es real cuando es compartida con uno mismo, y los seres que amamos son el para qué de estar en este planeta.
En Santiago del Estero, la noche estuvo igual de tranquila que la mañana, en el camping nunca apareció nadie, ni tampoco en la entrada de la Reserva Natural Tara Inti; a la que no pude entrar – justamente – porque no apareció nadie.
Desayuné un tostado de queso y tomate en un bar del centro, pasé por el Dique, y con Andina de copilota nos fuimos a seguir viaje rumbo a Tucumán.
Para leer la primer nota de este viaje que termina en Jujuy hacé clic en “Hacer el primer stop en la Ciudad de Santa Fe” y para leer el próximo posteo de este recorrido hacé clic en “Tafi del Valle, El Mollar y Amaicha (55 kilómetros de una ruta increíble, en Tucumán)”.
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4 comentarios en "Tarde de arcoiris y de reflexión sobre viajar sola; en el Dique Rio Grande (Santiago del Estero, Argentina)"