Algunas lecciones las mal juzgué por aprendidas, y tras verme frente a una misma situación fue recién que comprendí que la lección no estaba incorporada. Un ejemplo de lo que digo es la noche que vengo a contar en esta nota.
La Cuesta del Lipán es uno de mis caminos favoritos en Jujuy, es un tramo de la Ruta Nacional 52 - en la localidad de Tumbaya - que conecta el famoso pueblo de Purmamarca con las también famosas Salinas Grandes (pasando por un punto máximo de altura de 4.170 m.s.n.m). Siguiendo para el Oeste, y dejando atrás las Salinas Grandes, la RN52 cruza el pueblo de Susques (famoso para todo aquél que viaje la Ruta Nacional 40), y llega al Paso de Jama (famoso límite internacional con Chile).
Sí, escribí famoso muchas veces, es que este camino es uno de los atractivos turísticos principales de la provincia de Jujuy, y una ruta comercial de mucha importancia.
La Cuesta de Lipán es un camino de curvas y contra-curvas, que asciende casi 2.000 metros en menos de 30 kilómetros; y para quién disfruta la ruta de montaña - situación en la que me encuentro - es un verdadero placer (salvo en la anécdota que te vengo a contar).
Por una razón que no viene a la narración de esta nota decidí irme de Jujuy antes de lo que había previsto. El sábado 8 de junio a la noche, en Yavi (un pueblo muy cerca de La Quiaca, paso fronterizo con Bolivia) tomé la decisión de irme de Jujuy lo antes posible.
La mañana del lunes 10 de junio pasé por un taller mecánico para resolver un ruido que hacía el auto, pero el arreglo se demoró varias horas y me dieron el vehículo pasado el mediodía. Cuando el auto estuvo en condiciones me despedí de Juanjo, después fui a saludar a Pablo y para cuando terminé de despedirme ya estaba anocheciendo.
Pablo me insistió muchas veces para que pase la noche en su hospedaje, y aunque cualquier otra noche hubiese sido un re plan (tiene un hostel de montaña hermosísimo) mi cabeza estaba conectada a la idea de que tenía que arrancar. Arrancar aunque fuesen cerca de las 20:00 horas y mi destino para dormir sea el pueblo de Susques, a 200 kilómetros de ruta de montaña de donde estaba cuando ya no había luz de sol.
Arranqué mis ganas de salir, manejé 50 kilómetros por la Ruta Nacional 9, y decidí frenar en Purmamarca para comer las últimas empanadas jujeñas de queso con llajua. También compré un alfajor, una coca-cola de 500 ml, y un agua de 2 litros para el viaje. Bajé a los perros para que hagan sus necesidades, y yo hice las mías en el baño de la terminal.
A las 22:00 horas estaba abrochándome el cinturón de seguridad dispuesta a transitar los 147 kilómetros que aún me separaban de Susques. La noche estaba cerrada, fresca, y estrellada; y a mi me quedaba la energía suficiente para llegar hasta destino. Llamé a un hospedaje en Susques, reservé una habitación para esa noche, avisé que llegaba en aproximadamente 2 horas, y salí de Purmamarca.
Independientemente de mis ganas, la alegría por partir no duró mucho. No pasó ni media hora hasta que la temperatura del auto ascendió por arriba de los 100 grados.
Frené antes de empezar la subida más pronunciada en la Cuesta del Lipán y apagué el auto esperando a que se normalice la temperatura, cuando volvió a estar por debajo de los 90 grados, encendí nuevamente el motor y me dispuse a seguir la ruta.
Tras pasar otras dos curvas en subida la temperatura del auto volvió a superar los 100 grados; ahí entendí que definitivamente algo no estaba nada bien.
El auto que estaba calentando era El Perla, mi auto, el mismo Peugeot 206 que manejo hace 11 años y desde sus 0 kilómetros. Esta misma ruta la había manejado, por lo menos, 7 veces en los últimos 20 meses con este vehículo y jamás un problema. Ok, algo esta pasando, me dije ¡Le falta agua!
Hice un check list en mi cabeza y recordé que había comprado 2 litros de Villavicencio en Purmamarca, y también disponía de otro litro y medio del agua que llevaba para mis perros. Podía esperar a que se enfríe el motor, sacar la tapa del agua, llenarlo con la que tenía (aunque no fuese la que va), y seguir hasta Susques (para buscar un mecánico el día siguiente).
Encendí un cigarrillo para intentar calmarme mientras bajaba la temperatura del auto, que estaba dos rayas arriba de los 100 grados - por llegar a la tan temida línea roja -; ya eran las 23:05. Los camiones que iban para Chile no dejaban de pasarme por el costado, ni de encandilarme los que llegaban a Argentina. Entendí que no podía serguir frenada ahí, no hay banquina en esta ruta, y me iba a dar un infarto con la próxima bocina que me lo recordara.
Terminé el cigarrillo con infinitos reproches mentales suplicando que baje pronto la temperatura del motor, giré la llave para encerderlo, y arranqué el auto con la aguja en 70 grados.
Cada vez había más viento - helado - (junio es pleno invierno en Argentina), y eso me parecía genial para que la temperatura no suba tan rápido, pero las fuertes ráfagas sólo hacían perder estabilidad a El Perla, lejos de poder ayudarlo con la falta de agua... Tres curvas más, y otra vez frenada con la temperatura - y los pies - por las nubes.
¡Mierda! ¿Que hago? La solución, pensaba yo, estaba en ponerle agua y aceite - que también tenía - por las dudas. Pero ¿Cómo me freno a hacer todo eso al costado de esta ruta sin banquina, en curva, en subida, y llena de camiones que no paran de pasar exigiendo frenos y tracción?
Hubiese dado todo, en ese momento, porque mis perros hablasen, y seamos tres cabezas resolviendo, y no sólo una - que encima estaba encaprichada por huir.
Eran las 23:35, y yo no me había alejado más que 25 kilómetros de Purmamarca, el viento a esta altura (ya por arriba de los 3.400 m.s.n.m.) era insoportable, los camiones no dejaban de pasar de un lado al otro, y lejos de tentarme en pedirles ayuda, suplicaba que a ninguno se le corte el freno, ni tuerce la dirección. Parecían transformers de los malos con todas sus luces en esa noche de viento.
Decidí - lejos de haber tomado la decisión en calma - que tenía que llegar si o si hasta el monolito de los 4.170 m.s.n.m., porque me acordaba que ahí hay un espacio grande donde - durante el día - hay 2 puestos de artesanos y un pedestal para sacarse la foto con el mini obelisco que indica que uno llegó a la cúspide de la cuesta. Era el primer lugar seguro que recordaba en esta ruta, ahí iba a poder agregar agua y aceite, y por fin, seguir hasta el hospedaje que había reservado en Susques.
Tras otras dos horribles paradas esperando a que la temperatura baje, llegué a las 00:52 al bendito monolito de los 4.170 m.s.n.m y estacioné en el espacio de los artesanos.
Festejé como si hubiese llegado a Susques con el auto arreglado aunque todavía me faltasen dos tercios del camino, pero es que no te puedo ni explicar la calma que me generó encontrar un reparo, un lugar seguro, a más de cinco metros de los camiones, donde poder esperar entre tanto viento.
Llegó la temperatura a cero, destrabé el capó, y abrí la puerta del auto, el viento venía del oeste y peleé contra él para moverme. Levanté el capó, y antes de pensar en ponerle la traba tuve que sujetarlo bien abajo para que no se vuele.
Probé mil veces pero me fue imposible sacarle la tapa a la manguera del agua, parecía fundida, pegada, anexada al recipiente. Desistí y medí el aceite, estaba bien pero le agregué medio litro más por las dudas. Volví a intentar con el coso del agua pero fue imposible sacarle la tapa para recargarlo; y desistí una vez más.
Entré al auto con la certeza de que iba a tener que dormir ahí, porque si bien la ruta - de ahora en más - estaba en bajada y el motor menos exigido, no me iba a arriesgar a que vuelva a calentar en 20 minutos en un lugar sin banquina... Con luz de día iba a ser todo más fácil.
Bajé a los perros para que vuelvan a hacer sus necesidades pero no hicieron nada y sólo querían volver al auto porque los asustaba tanto viento. Intenté fumar un cigarrillo para relajarme pero el viento tampoco lo permitió. Volví a mi auto y nos arropé a los tres en el asiento de atrás, con una frazada que - por suerte - llevaba conmigo, y miré por la ventanilla.
Me di cuenta que, entre tantos nervios, no había prestado atención al cielo desde hacía rato, salí una vez más de El Perla, contemplé las estrellas infinitas abrazada - y empujada - por un viento helado, y volví a la situación del arrope con mis dos canes en el asiento trasero del auto.
En los casi veinte minutos que tardé en dormirme - ya cerca de la 1:30 am - vi desde las ventanillas tres zorros acercarse a oler las ruedas del auto ¡Que belleza!
Todo el estrés y el pánico de la ruta habían quedado atrás. Estaba en un lugar con techo (y ventana al cielo) y frazada, ahora estacionada a unos 10 metros de los camiones, con los dos perros al lado, teníamos agua, e ibámos a disfrutar de un amanecer hermoso. Con luz de día iba a ser todo más fácil.
Y lo fue, un amanecer hermoso.
Rayos de sol naranja flúor que, al subir, quemaron todo rastro de nube para bendecir el día con un cielo diáfano.
Amanecer a los 4.170 m.s.n.m. era una experiencia que no hubiese elegido, pero que estaba disfrutando.
La escarcha pegada al vidrio del lado de adentro del auto, los pedacitos de hielo sobre el volante, un celeste tímido asomándose por sobre la cima, y el monolito de los 4.170 m.s.n.m. en el costado derecho del parabrisas: ¡Buen día, viajera!
Bajé del auto - hacía mucho frío -, abrí el capó, y volví a intentar sin éxito desamurar la tapa del coso del agua... Imposible, o se había fundido o requería más fuerza que la de mis manos para salirse de ahí.
Eran las 07:30 de la mañana y, en el rato que pasee a los perros, no pasó ni un auto ni un camión, ni nada que pudiera ser frenado para pedirle ayuda.
Pensé que la única opción era ir hasta las Salinas Grandes, me quedaban unos 30 kilómetros hasta allá y eran en bajada.
Tardé una hora en hacerlos, el auto subió de temperatura enseguida y tuve que repetir la secuencia de la noche anterior, pero ahora con luz, sin viento y sin camiones. Todo era menos trágico y el día estaba hermoso.
Llegué a las Salinas y tuve que esperar hasta pasadas las 9:00 de la mañana para divisar al primer humano: Miguel. El glorioso Miguel que estaba yendo a abrir su puesto de artesanías de sal y logró - con trapos y fuerza - destrabar la tapa de la manguera del agua.
Le agradecí como si me hubiese salvado la vida, porque así lo sentí. Llené el coso del agua con la que traía en el auto, y - por fin - manejé hacia mi destino.
El problema del auto era el radiador, lo cambié recién en Mendoza, pero nunca más volvió a calentar como esa noche.
El aprendizaje que no había incorporado es el del poder de deshacer los planes ¿Porqué no me quedé en el hospedaje de mi amigo Pablo si ya era de noche? ¿Porqué no volví a Purmamarca la primera vez que calentó el auto? ¿Porqué la única alternativa que contemplé siempre fue la de seguir, contra viento y marea, con el plan inicial?
La esencia del buen viajero es tener la capacidad de cuestionarlo todo, incluso - y sobre todo - a uno mismo. Esta es la lección que no quiero olvidar.
No tendría que haber seguido viaje esa noche, hoy aprendí que cuando estás conectada con vos misma la ruta se abre sóla; en cambio, cuando estás sin estar es cuando la vida te hace parar. Y hay que frenar, hasta encontrarse y seguir.
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me paso’ exactamente lo mismo en mi fiat strada cerca del monolito de 4150 mts,tenia un poco de agua y volvio a calentar,espere un par de horas y como ya estaba cerca del monolito el resto era en bajada,y nunca mas me volvio’ a calentar,llegue a la pampa sin problemas,hablando con mecanicos me dijeros que era por la altura,puede ser ya que nunca tuve problemas,a vos por ser mujer te cambiaros el radiador,y apuesto que no te dieron el radiador ”averiado”lo vuelven a vender,seguro que fue la altura tambien !!!!
Woow, que loco que te haya pasado igual. En mi caso fue un radiador de más de 10 años, lo vi roto y agradecí que haya durado tanto, pero no sabia lo de la altura. Te mando un abrazo rutero 😀
Carlos, Agostina, gracias por contar sus experiencias!
Agostina: yo me preguntaba eso, por qué no volviste en la primera que era en bajada? pero creo que yo hubiese hecho lo mismo, cuando el auto nunca te falló gravemente, pensás que no va a ser distinto.
Te admiro.
¡Que hermoso mensaje! Muchas gracias 😀